Asumimos que los niños siempre están disponibles para un acercamiento, como si los imagináramos “vacíos de voluntad”… “son chicos”.
Así nos acercamos con besos, caricias, alzarlos, juegos, y en más de una ocasión nos responden con rechazo.
Nuestro niño interior, por decirlo amablemente, se siente rechazado a su vez, sólo que en el envoltorio de un adulto de equis años, y diagnosticamos que “este chico, no sé qué cosa…”
Los chicos, como nosotros, agradecen que uno pida permiso, como en los pueblos cuando se dan unas palmadas para anunciar que uno está en la puerta de la casa.
Pedir permiso y ofrecerlo implica: “no doy por supuesto que soy bienvenido o que mi oferta es la mejor del mercado, o mejor que aquello en lo que estabas”.
Exactamente como el ejemplo que me contó Ignacio. Fue a una ferretería y había un gato echado arriba del mostrador, la mascota de los dueños del negocio que, habían escrito un cartel arriba de dónde se decía:
“Si mil gatos por día le hicieran una caricia sin preguntarle, ¿usted cómo se sentiría?”. Luis Pescetti
Ilustración de Annya Djachiachvili

No hay comentarios:
Publicar un comentario