Ayudarle a hacer los deberes no es ayudarle
Faltan
tres días para los exámenes de Matemáticas y Ciencias de Álvaro, de 10
años, que estudia en un colegio concertado con fama de duro. Miguel, su
padre, se sacaba las castañas del fuego a su edad, pero estos días se
tomará la tarde para repasar juntos las materias más duras. ¿Es
necesario? ¿Perjudica a su autonomía? “Los padres y, sobre todo, las
madres de todos los estratos sociales dedican varias horas diarias a
ayudar a sus hijos con los deberes o a vigilar que los hagan. Y esta
realidad contrasta con el extendido y falso discurso de que el fracaso
escolar se debe a que los padres no se preocupan por la educación de sus
hijos”, sostiene Enrique Martín Criado, profesor de Sociología en la
Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. El 80% de los estudiantes de
primaria reciben ayuda y el 45% de los de secundaria, según la Encuesta
sobre los hábitos de estudio de los niños españoles de TNS Demoscopia.
“Los
padres empezaron a involucrase hace más de una década. No solo por las
medidas de conciliación familiar, también porque los padres de ahora
tienen al menos estudios medios, algo de lo que no disfrutaron las
generaciones anteriores”, explica la pedagoga Maite Rodríguez Estévez,
que imparte cursos para educadores y terapeutas. “Eso ha hecho que la
relación padre-hijo se escolarice. Lo que importa son los resultados
académicos. Todo gira alrededor de esa necesidad y se ha olvidado el
inculcar valores, el juego, la responsabilidad... No hay tiempo para
otras cosas en las horas que pasan juntos”. La también maestra pone como
ejemplo las actividades extraescolares que ya no son en su mayoría
deportivas —como tradicionalmente—, sino clases de refuerzo o de inglés.
“Hay una obsesión por la cantidad, cuando no se trata de echarle
horas”.
Implicarse no puede
significar hacerle los deberes al alumno. “El padre se tiene que poner
en la posición del entrenador. Un entrenador no corre con el jugador ni
tiene que comer las mismas calorías, ni, por supuesto, sufrir sus
lesiones. Un entrenador tiene dos funciones fundamentales: organizar y
asesorar con el objetivo de mejorar el rendimiento”, argumenta la
psiquiatra Orlanda Varela.
Como
ella opina la mayoría de expertos. “Las tareas deben entenderse como un
compromiso que el alumno debe adquirir, pero sin precisar de la
orientación constante de otra persona”, recalca el equipo pedagógico del
Liceo Francés de Madrid. En otras palabras, codos sin nadie en la silla
de al lado.
“Hacer los deberes
con él genera dependencia y si el niño tiene dificultades refuerza la
idea de que no es capaz de hacerlo él solo”, enfatiza Rodríguez Estévez,
que coordina la página www.preparadosparaaprender.com. “En Finlandia
apuestan por el aprendizaje cooperativo y los deberes en casa son
individualizados, para ampliar o investigar conocimiento. Si un niño va
mal en lectura hace una actividad que tenga que ver con eso. Si va mal
en matemáticas, problemas...”.
“Pero
hay muchas diferencias en la posibilidad que tienen las familias de
ayudar escolarmente a los hijos. Los padres que tienen menor nivel de
estudios solo pueden en los cursos inferiores de primaria. Más allá,
están perdidos. Y si intentan socorrer explicándoles conceptos que ellos
no aprendieron bien, pueden incluso empeorar las cosas”, alerta Martín
Criado, que trabaja en estos momentos en un estudio sobre maternidad y
clase obrera. Pregunta a las mujeres encuestadas por su rutina y las
madres le explican que dedican una o dos horas (dependiendo del curso)
al día a ayudar a sus hijos con las tareas escolares.
El 80% de alumnos de primaria y el 45% de los de secundaria recibe ayuda
Muchos
estudios —como el informe PISA de 2009 (véanse los gráficos)—
demuestran que el rendimiento académico está muy asociado al origen
social del estudiante, la profesión de sus padres, la estructura de su
familia y, finalmente, el género. Es decir, existe un desequilibrio en
las oportunidades educativas. “Los padres con estudios superiores pueden
ayudar a sus hijos hasta cursos avanzados. Ello produce una enorme
desigualdad por origen social, que se acentúa a medida que se asciende
de curso. A ello se le suma, además, que las familias con más recursos
materiales pueden contratar academias o clases particulares”, se lamenta
Martín Criado, autor de La escuela sin funciones: crítica de la
sociología de la educación.
“Es
mucho más igualitario y eficaz que los deberes se hagan en la escuela
bajo la supervisión de profesores. Mandarlos a casa genera desigualdad,
al traspasar parte de la responsabilidad de la instrucción a las
familias. El colegio deja que actúen todas las desigualdades de recursos
culturales y económicos entre unos y otros”, cuenta sobre su apuesta el
sociólogo. “Que las tareas se hagan en el colegio es lo que propone la
nueva ley educativa que está preparando el Gobierno de François
Hollande”, prosigue esperanzado.
El
pasado octubre, al poco de llegar a la presidencia de Francia, Hollande
informó de este cambio en los deberes escolares. Su ministro de
Educación, Vicent Peillon, lo argumentó así en una entrevista en Le
Monde: “Deseamos una sociedad justa. Una escuela que ofrezca las mismas
posibilidades de éxito a todos. Y eso pasa por acompañar a los alumnos
en su trabajo personal, en vez de hacer uso de recursos privados, como
ocurre demasiado hoy día”.
El apoyo mal hecho puede generar dependencia, dice una profesora
En
la Comunidad Valenciana el próximo año se pondrá en marcha un proyecto
pionero, Club de Deberes, que aún se está perfilando y que sigue esta
senda igualitaria que está dispuesto a implantar Hollande. “Ha sido una
propuesta de un grupo de profesores jubilados que quieren apoyar en
horario extraescolar en los centros. La idea es que actúen de
voluntarios ellos y estudiantes de Magisterio que quieran adquirir
experiencia”, explica la popular Beatriz Garbó, directora general de
Calidad Educativa de la Comunidad Valenciana. “No todos los padres saben
hacer una integral o analizar sintácticamente una frase. Pensamos,
sobre todo, que vayan los hijos de familias desfavorecidas. Ahora
tenemos que ver qué colegios se apuntan, que las asociaciones de padres y
madres nos pasen una relación de nombres…”. La localidad que va a
servir de conejillo de indias es Castellón: “Una ciudad de 200.000
habitantes fácil de controlar. Si va bien, extenderemos el club a otros
sitios”.
Intervenir en los
deberes no es bueno, pero familiarizarse en el hogar con otros idiomas
les facilita a los niños el aprendizaje. En el Estudio europeo de
competencia lingüística (2012), Sara de la Rica y Ainara González San
Román, de la Universidad del País Vasco, han comparado a los alumnos
españoles, con muy bajos resultados en inglés, con los suecos,
orgullosos de su excelente nivel. Y, además de otros condicionantes,
consideran que es importante el uso de inglés en el entorno familiar
“para que este pueda desarrollar una capacidad auditiva desde edades
tempranas que mejore su rendimiento en comprensión lectora en inglés, y a
su vez progrese su expresión escrita y destreza auditiva”.
Claro
que hablar la lengua franca en casa no es fácil cuando solo el 20,4% de
los padres españoles la domina, frente al 78% de los suecos. Aunque,
paradójicamente, los españoles comienzan a estudiar inglés antes y le
dedican muchas más horas a la semana, “el hecho de que [los suecos] en
el hogar puedan estar más expuestos compensa”, subrayan en su informe De
la Rica y González San Román.
“Todo gira alrededor de la escuela. Se olvidan los valores”, opina una experta
Escolarizar
al niño en un idioma que no es el propio causa cierto miedo a los
padres. Quieren que, a diferencia de ellos, su hijo se desenvuelva en
otra lengua, pero temen no poder ayudarle en las tareas o entenderse con
su profesorado. El bilingüismo en la enseñanza está en plena expansión y
en no mucho tiempo no habrá opción de elegir si se prefiere o no este
sistema. “Aunque se tenga miedo a no controlar el idioma, en realidad es
mejor, porque no hay la tentación de corregir los deberes”, tranquiliza
Varela, que trabaja en Sinews, un gabinete madrileño de terapia
multilingüe. Pero matiza: “Por supuesto, las cosas se complican si el
hijo tiene alguna dificultad de aprendizaje en otro idioma y los padres
no dominan suficiente la otra lengua. Puede necesitar una ayuda extra y
lo ideal es tener un profesor de apoyo que le enseñe a estudiar y el
idioma. Nosotros tenemos cada vez más clases de este tipo”.
En
el Liceo Francés de Madrid también consideran que la función paterna es
la de organizar el tiempo y el espacio adecuados para las tareas, pero
añaden: “Si además quieren participar en el contenido de los deberes
pueden hablar de estos en su propia lengua y posteriormente sus hijos
escribir en francés o en otros idiomas”.
La
gran mayoría de los alumnos del Colegio Británico de Madrid son niños
de origen español y eso condiciona —y les gusta remarcarlo de antemano—
la forma de trabajar del profesorado del centro. “Todo está muy medido,
coordinado por cada departamento, no es cada profesor quien decide sus
deberes. Están pensados para que los haga el niño solo en un tiempo
determinado: 10 minutos, 20… Si no es capaz de terminarlos o no sabe
cómo, hay que informar al colegio para adaptar las tareas al niño”,
explica Silvia Prado, directora de comunicación de este colegio del
British Council.
“El padre debe actuar como un entrenador”, dice una psiquiatra
“La
metodología británica de enseñanza es distinta a la española y los
padres tienen algo de miedo cuando los niños son pequeños, pero en
cuanto se habitúan todo va bien. Por ejemplo, las matemáticas británicas
a los cinco o seis años son muy distintas y por eso organizamos
talleres para padres. Muchos acuden. Aunque trabajen mucho se implican
en la educación de sus hijos. También les despista el sistema de
lectura, que es muy fonético”, cuenta Prado.
La
enseñanza en las lenguas cooficiales también preocupa. Según el estudio
Creencias y actitudes lingüísticas de la población castellanohablante
hacia el euskera, del grupo de investigación Amarauna de Unesco Etxea,
el 53% de los padres aprende o aprendería este laberíntico idioma (solo
uno de cada 10 lo hace) en primer o segundo lugar para ayudar a sus
hijos con los deberes. Atrás quedan la comunicación con los
vascohablantes, el sentido de pertenencia a una tierra o el deseo de
preservarla.
Interesarse por
los deberes ya está en la cabeza de todos los padres, el objetivo ahora
es implicarles en las actividades del centro. Por ahora, una utopía.
Acuden a ellas un 32%, el doble que a las reuniones, y eso por no hablar
de la engorrosa organización, a la que solo se anima un pírrico 4% de
los padres, según el estudio La participación de las familias en la
escuela pública (2008), de Jordi Garreta. Tiempo al tiempo.
Recomendaciones con sentido común
El
padre no debe sentarse en una silla al lado del estudiante porque
transmite mensajes negativos: “No sabes hacerlo solo”, “descuida, que yo
me ocupo”.
No hay que corregir
los ejercicios en casa. El objetivo no es llevarlos perfectos, sino
probar a hacerlos para ser conscientes de la dificultad. El profesor
corrige mejor; hay que oírle.
No
hay que dedicar toda la tarde a estudiar. Mejor si juega con los amigos
en algún parque; mejora la concentración al llegar a casa.
El niño tiene que anotar en una agenda los deberes, lecciones a estudiar, trabajos a entregar y fechas de examen.
Hay
que comenzar por una tarea breve y sencilla para calentar motores y
luego hacer la menos agradable. Reservar para el final algo liviano y
entretenido.
Un reloj en la mesa ayuda a controlar el tiempo.
Recordar que no es posible mantener la atención ininterrumpidamente más de 40 minutos.
Es recomendable estudiar en un lugar de la casa que no sea de uso común, con el móvil apagado.
Hay que comprobar que ha corregido en clase los deberes y en qué ha fallado.
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